18.01.2014
UNA DEUDA CON LA NATURALEZA
Lo cierto es que no tenía previsto dedicar ningún post a
rememorar historias pasadas, pero esto es lo que pasa cuando rescatamos fotos antiguas…
que entra la nostalgia y se aviva la conciencia.
Cuentan que hace once años un petrolero llamado Prestige
se hundió frente a la costa de Galicia… cuentan que una masa negra, llamada
chapapote, tiñó las playas de negro, matando a todo tipo de flora y fauna
marina… cuentan que una marea humana sin precedentes acudió hasta allí a
prestar su ayuda desinteresada para ayudar en la limpieza de las playas…
cuentan… cuento yo, que tan pronto me enteré que se estaban fletando autobuses
con voluntarios, me alisté como si del ejército se tratara… había tanta gente
para ir que hasta me pusieron en lista de espera.
A Los voluntarios de la Comunidad de Madrid nos habían
asignado la zona de las Dunas de Corrubedo, y allí se había instalado toda la
infraestructura necesaria para poder alojarnos.
Pero tres días antes de partir, me comunican que la
Comunidad de Madrid ha decidido suspender los viajes y que la Xunta informa que
las playas estaban ya limpias ¿¡limpias!?.... ¡si sólo había pasado algo más de
un mes desde que el barco había empezado a verter el combustible!... no lo
podía creer, y tampoco iba a desistir en mi empeño de aportar mi granito de
arena… no en vano, me sentía en deuda con la naturaleza (todavía escucho la
risa de más de uno, cuando comenté que este era el motivo de por qué me iba a
Galicia… en fin, sin comentarios).
Deprisa y corriendo me puse en contacto con la Xunta para
que me asignaran destino, y éstos, me
mandaron literalmente al fin del mundo… me marchaba a Fisterra.
Llegué a Fisterra una tarde de Enero tras cerca de casi
diez horas de autobús. Mi parada, el polideportivo municipal. La comitiva de
recepción, una mezcla de personas del pueblo, alguien de la Xunta y el
mismísimo Ejército. Me indican que debo agenciarme un colchón y que ellos me
darán las mantas. Lo que veo es toda la
cancha del polideportivo ocupado por colchones en su mayor parte… al final de
la cancha cajas de alimentos se almacenan por doquier.
Se entregaban todo tipo de alimentos para contribuir a la
alimentación de los voluntarios. La fruta, claro está, era lo más perecedero e
intentábamos conservarla como podíamos. En el caso de las naranjas, las limpiábamos
el polvo de moho que pudieran tener, las exprimíamos y las guardábamos
en botellas de cristal que precintábamos de arriba abajo para que la luz no
oxidase el zumo.
En fin… que lo de aportar los excedentes de alimentos
para los voluntarios estaba muy bien y fue un gesto admirable y altruista, pero
tengo que decir que había de todo, ¡que yo
vi caducar una coca-cola!.
Como buenamente pudimos nos configuramos nuestros
dormitorios: Un colchoncito por aquí, cuatro mantas por allá (que pesaban como losas y que te
impedían todo tipo de movimiento durante el supuesto sueño reparador nocturno),
una o dos cajas de cartón a modo de mesilla, las mochilas ordenadas y colocadas
para no entorpecer el paso de tanto transeúnte, etc…
Mención aparte merecen los baños. Arggggg los baños…. Noto
que me voy haciendo mayor porque en estos temas cada vez soy más escrupulosa. ¡Yo
que me he criado en campings!. Se me ha olvidado decir que por supuesto el
polideportivo no estaba calefactado, y mucho menos los baños… si a eso le
sumamos que, por no sé qué motivo, las duchas del personal del Ejército (que
tenían su campamento en otro lado) no funcionaban y se subían antes al
polideportivo a ducharse, y que al tener éstos acumuladores de agua… pues
cuando llegábamos los abnegados voluntarios a ducharnos, nos esperaba en esos
fríos y húmedos baños una "reconfortante" ducha fría, fría, fría…. ¿quién fue el
que dijo que iba allí para fortalecer el espíritu?, ¡y el cuerpo también!.
Ni que decir tiene que las toallas no se secaban, y que
la ducha fría iba acompañada de un secado con una "confortable y esponjosa" toalla húmeda.
Pero aquí,… aquí entran en juego los paisanos del
lugar. Esas maravillosas señoras del pueblo de Fisterra, que al enterarse que
los voluntarios nos duchábamos con agua fría, pusieron el grito en el cielo y nos obligaron a irnos a sus casas
para ducharnos con agua caliente y lavarnos la ropa. ¡Y dilas tú a esas señoras
que no!. La gratitud que esas personas sentían por nosotros no se me olvidará
nunca y hacían todo lo que estuviera en su mano por hacernos más grata la
estancia.
Cada mañana nos vestíamos con la ropa de faena. Esto es,
tu ropa, y encima el uniforme de Capitán Pescanova. Desayunábamos y directos al
camión del Ejército que nos trasportaba hasta la playa… en ocasiones también subíamos
y bajábamos de la playa en la ambulancia habilitada para asistir emergencias,
por lo que os podéis imaginar la higiene que podía haber en dicho vehículo… el
chapapote se teletrasportaba como por arte de magia a todas partes.
Llegábamos a la playa y empezaba la parte más divertida,
vestirnos de verdad de chapapoteros. Nuestros queridos chicos del Ejército, nos
esperaban en la tienda de campaña dispuestos a ayudarnos en tal faena, porque
ayuda necesitábamos un rato, en realidad ayuda para todo… hasta para sonarnos
los mocos. Lo digo en serio. Mientras limpiábamos las playas ellos se paseaban
continuamente charlando con nosotros para informarnos sobre el horario de
mareas, ver si necesitábamos algún otro capazo donde echar el chapapote, o como
digo para sonarnos los mocos, que en pleno mes de Enero y con el frío viento
del Atlántico y con todas las manos llenas de esa mugre negra, lo que menos
puedes hacer es sonarte por ti misma.
Retomando la cuestión del vestuario… para una total
transformación, sobre el traje de Capitán Pescanova, nos poníamos el mono de
papel desechable, a continuación las botas de agua por fuera y precintadas con
cinta aislante para que ninguna micra de chapapote osase llegar hasta nuestros
cuerpos. A continuación nos poníamos los guantes de goma, y de manera idéntica
a las botas, nos los precintaban a la altura del antebrazo. Gafas y mascarillas
completaban el atuendo.
Et voilà… de esta guisa salíamos a chapapotear.
La fauna chapapotera era de lo más variopinta. En una
semana pude ver de todo. Desde aquel que se tomaba esta experiencia como algo
para fortalecer el espíritu y que no pudo aguantar la primera noche de juerga de
los adolescentes de colegio que también iban como voluntarios (aunque éstos se
lo tomaban como algo parecido a un viaje de fin de curso, llegando a las tres
de la mañana y montando todo tipo de jaleos), hasta aquellos que habían estado
desde el principio (los veteranos), y voluntarios llegados no solo desde todas
partes de España, sino desde todas las partes del mundo, ya que al ser Fisterra
auténtico final del Camino de Santiago, muchos peregrinos al terminar el camino
se unían a las labores de limpieza, de modo que podías encontrarte con
franceses, americanos, australianas, suizos y hasta un japonés. Todos unidos por un denominador
común, ayudar a la madre tierra a reponerse de tal impacto.
La limpieza del chapapote era todo un arte. Según llegara
ese día el chapapote a la playa se utilizaba un útil u otro, porque no era lo
mismo limpiar galletas que chapapote en losa (términos que aprendí a manejar en
aquellos días). Pero lo que me quedó muy claro es que una de las maneras más
efectivas de limpiar chapapote era “chapapote pega chapapote”.
Otra de las cosas que no olvidaré, y juro que lloré por
ello, fue el ver las rocas totalmente impregnadas de una capa de algo más de
unos dos o tres dedos de fuel… era como sentarse sobre mantequilla negra. Te
sentabas y te ibas resbalando, las manos se te hundían… recuerdo que llegué a
pensar que en la vida se podría limpiar todo aquello. Tan ensimismada me quedé
un día en las rocas pensando esto que la marea subió y tuvieron que venir los
chicos del Ejército a por mi.
Por eso al revolver entre las fotos antiguas y revivir
esta experiencia he vuelto a recordar que vivimos en un planeta frágil, al que
tenemos que cuidar con todas nuestras fuerzas. Que cada gesto a su favor suma.
Que debemos tomar conciencia de ello y transmitírselo a nuestros hijos. Que un
hombre sano, solo puede vivir en un planeta sano. Y que es obligación de todos
preservar nuestro medio ambiente y hacerlo perdurar, intentando evitar por
todos los medios dañarlo… y en el caso de que sea dañado, deberemos paliar ese
daño como podamos, porque todos...¡todos!, estamos en deuda con la naturaleza.